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Trágica vendimia: rebeldes, sí; terroristas, no (3 de 3)

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Trágica vendimia: rebeldes, sí; terroristas, no. (parte 3 de 3)
Trágica vendimia: rebeldes, sí; terroristas, no. (parte 3 de 3)

El atentado en Moscú, a fines del pasado mes de agosto, donde perdió la vida Darya Dugina, hija de un influyente filósofo nacionalista ruso al que la propaganda del gobierno ucraniano reputa como autor intelectual de la invasión a ese país, ha puesto de nuevo sobre el tapete el fenómeno del terrorismo, sus causas y consecuencias. La pronta identificación de la autora material del crimen, una agente de la inteligencia de Ucrania, vinculada antes al filofascista batallón Azov, nos hace recordar que las acciones de este tipo no solo involucran a individuos fanatizados, sino también a estados.

La era de Trujillo fue rica en acciones terroristas planeadas en el país y ejecutadas en el exterior, en cumplimiento de las órdenes del dictador, dirigidas contra sus más connotados enemigos, que involucraban a funcionarios diplomáticos, agentes de inteligencia y altos oficiales. Atentados que costaron la vida a Sergio Bencosme y Andrés Requena, en New York, y a Pipí Hernández, en Cuba; secuestros con fines de asesinato, como los plagios de Jesús de Galíndez, en Estados Unidos, y Mauricio Báez, en La Habana, se suman al magnicidio que segó la vida del coronel Castillo Armas, presidente de Guatemala, y al intento de asesinato contra Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela, del que escapó con vida, aunque herido.

Hemos dedicado esta serie de tres artículos a ahondar en el terrorismo y su diferencia raigal con los métodos usados por los revolucionarios de distintas épocas y regiones, que siempre han repudiado el uso del terror como herramienta de combate contra las injusticias y los opresores. Los más lúcidos y principistas líderes de procesos revolucionarios verdaderos, como las guerras de independencia de Cuba, sintetizados en la figura del generalísimo Máximo Gómez, repudiaron el atentado personal como método injustificado, carente de verdadera utilidad y moralmente repudiable, sobre todo si provocaba pérdida de vidas humanas inocentes.

No es casual que, en medio de la lucha de los cubanos contra el régimen sanguinario de Fulgencio Batista, se volviese a discutir sobre los límites que separaban al terrorismo de la lucha revolucionaria verdadera. Mientras se llamaba a la movilización de todo el pueblo contra la dictadura y se luchaba cara a cara con más de 80 mil soldados de la tiranía en las montañas del país, se condenaban las acciones terroristas de elementos incontrolados, que frecuentemente se hacían pasar por miembros del Movimiento 26 de julio, sin serlo. Y la polémica llegaba hasta las estribaciones de la Sierra Maestra, donde el Ejército Rebelde, liderado por Fidel Castro, propinaba golpes continuos a las tropas del gobierno.

La revista Bohemia, en su número del 26 de mayo de 1957, aprovechaba un respiro en la aplicación de la censura de prensa batistiana, y daba a conocer la crónica del reportero y camarógrafo Wendell L. Hoffman, de la CBS, quien junto al también reportero Bob Taber, y auxiliado por el movimiento de resistencia clandestino, había logrado entrevistar a Fidel Castro en un recóndito paraje de las montañas orientales, recogiendo sus opiniones sobre temas de palpitante actualidad. La riesgosa misión fue concluida con todo éxito, y el documental, con imágenes y declaraciones sensacionales del líder rebelde y sus hombres, sirvieron para conformar un documental estrenado con mucho éxito en la televisión norteamericana.

“Yo no le guardo rencor a los soldados que pelean contra nosotros- declaró Fidel a la CBS- (El asalto al Palacio Presidencial, que tuvo lugar el 13 de marzo de ese mismo año) fue un inútil derramamiento de sangre: la vida del dictador no importa. También soy opuesto al terrorismo. Condeno esos procedimientos. Creo que no se resuelve nada con eso. Aquí, a esta trinchera de la Sierra Maestra, es a donde hay que venir a pelear”

19 meses después de haberse pronunciado estas palabras, la historia demostraría su plena justificación. En la madrugada del 1 de enero de 1959, Fulgencio Batista, el dictador derrotado por una revolución verdadera, no por el terrorismo, ordenaba enfilar el avión de su fuga hacia territorio dominicano, donde un consumado artista del terror lo esperaba para esquilmarle seis millones de dólares y someterlo a presiones, chantajes y humillaciones sin fin.

Pero esa es otra historia, no menos espeluznante.