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    ¡El mendigo no agradece!

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    Tal vez, el que lea el título del presente artículo piense que quien redacta lo hace por una mala experiencia vivida con algún pedigüeño ¡pues no! en honor a la verdad, no es así. Aunque sí he sido uno más de los tantos mortales que, por las razones que fueren, entra su mano al bolsillo y hace material lo que le dicta su conciencia cuando se encuentra con alguien que extiende la mano para pedirle «una limosna».

    Sin embargo, lo que sí pretendo es que reflexionemos hasta dónde «el que pide puede recordar a quien le da»; naturalmente haciendo una inclusión de los distintos tipos de «mendigos»: El que pide en las plazas públicas, el que lo hace en los eventos políticos (llamados también pica-pica), la mendicidad religiosa y el que lo hace a través de los medios de comunicación (incluyendo a comunicadores sociales y periodistas).

    Pero antes de abordar la clasificación de los mismos, es importante que hagamos un paseo ilustrativo sobre la mendicidad.

    Antecedente sobre la mendicidad

    Los cambios tecnológicos hicieron posible la Revolución industrial a mediado del siglo XVII. Estos cambios se debieron a los descubrimientos, inventos e innovaciones que se aplicaban a la producción económica y que modificaron drásticamente la vida, costumbre e ideas, provocando grandes preocupaciones sobre el futuro social.

    La gente atraída por las nuevas formas de producción económica de las fabricas, comenzó a instalarse alrededor de estos centros de trabajo; sin embargo, las condiciones ambientales que imperaban en ese nuevo estilo de vida eran deficientes y afectaban seriamente la salud de las personas; las viviendas se edificaron alrededor de las fabricas donde vivían varias familias sin servicios sanitarios, agua potable o alcantarillados. Hombres y mujeres trabajan alrededor de dieciséis horas al día, con salarios miserables.

    En estas condiciones, la vida de los trabajadores se hizo muy dura. Aquel que se accidentaba o enfermaba no recibía paga alguna, ni compensación por accidente. Para los que no podían trabajar, la situación era peor. Los discapacitados, enfermos mentales, niños huérfanos o abandonados, ancianos eran dejados a su suerte. Todo ese escenario cultivó la mendicidad, que es un fenómeno de todos los tiempos y de todos los pueblos.

    Hay diversos factores que la originan: La miseria, la desocupación, abandono moral y hasta la ociosidad que fomenta un sentimiento de aversión al trabajo, constituyendo un peligro serio, al hacer de la mendicidad un trabajo, para conseguir dinero fácil, a ese tipo se le denomina mendigos de fraude. Sin embargo, la mendicidad no necesariamente se produce por el desamparo de los ancianos o enfermos, o de una forma de vida fácil de holgazanes, sino que obedece al sistema en que se desarrolla una sociedad.

    Carlos Marx decía: «De acuerdo con la actividad vital de los individuos así serán ellos mismos».

    Como pudimos observar, hay diversos factores que cultivan la mendicidad, pero el tema en si es conocer las actuaciones del individuo que la ejerce, sobre todo saber por qué el mendigo no agradece.

    Para determinar la respuesta, permítame destacar los distintos tipos de mendigos:

    El mendigo de plazas públicas:

    Éstos a su vez pueden clasificarse de la siguiente manera: El anciano, el huérfano o desamparado, los discapacitados o enfermos y los holgazanes o maestros del fraude.

    Los tres primeros suelen ser víctimas reales de la fatalidad, por consiguiente culpan a la sociedad de su desgracia: En consecuencia, cuando un buen samaritano le tiende la mano, simplemente balbucean ¡»Dios se lo pague»!, por lo regular ni siquiera miran al rostro al donador. Y he de entenderse, es el ritmo de lo cotidiano. Llegan a sentir tanta lastima por ellos mismos, que hasta asimilan que todo el que le pase en frente está obligado a darle, por su condición y que de no hacerlo entonces es «un tacaño miserable».

    En lo que respecta al Holgazán o maestro del fraude; éstos se toman tan en serio su medio de «subsistencia», que al igual que los anteriores entienden que es obligatorio darle, con la tímida diferencia de que son agresivos, y por lo regular suelen insultar a quien se niegue a «tenderle la mano».

    El mendigo religioso, el de los políticos (Pica-pica) y el de los medios de comunicación social.

    A estos he querido meterlos en el mismo «paquete», pues tienen un fin común, ya que el móvil es conseguir dinero utilizando como método «El chantaje».

    Este tipo de mendigo, desarrolla una capacidad asombrosa para detectar el nivel de bondad o de interés de promoverse como activista político o en su defecto «sus debilidades». Acercándose a ellos para ofertarle «posibles soluciones» para fortalecer dichas debilidades. Si el político cede, facilitándole recursos, no lo asimilan jamás como una ayuda económica, sino como un pago o compensación por «el apoyo» que él le da. Es por eso que tampoco le agradece. Para ellos no hay rostros exclusivos, es decir, la lealtad no existe en su carpeta de «ayudas» recibidas, por consiguiente el compromiso es únicamente con sus propias «necesidades».

    En cierto modo yo los comprendo, ya que nuestros políticos se han encargado de estructurar un esquema de campaña basado en el «dame lo mío», y una vez pasa el tiempo de campaña, «si te vi no me acuerdo».

    Y si acaso el político suele ser agradecido y lo convierte a ese mendigo en su colaborador, otorgándole un salario sin ejercer ninguna función (botella), el día que falle, que por las razones que fuere no pueda seguir resolviéndole, lo más seguro es que se vaya a donde el de la acera del frente, pues en el fondo ha hecho de su accionar y hasta de su formación ósea un mendigo de profesión.

    Por tales razones, con la simpleza de una observación pragmática, he llegado a una humilde conclusión: ¡EL MENDIGO NO AGRADECE!

    ¡Hasta la próxima!