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Hasta que la muerte nos reúna…

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Elíades Acosta
Elíades Acosta

En la mañana del 28 de mayo de 1954, el generalísimo Trujillo partió por carretera hasta La Romana, abordando su yate personal junto a parte de la comitiva que lo acompañaría en su visita oficial a Francisco Franco, de España, el otro generalísimo de aquellos tiempos. Escoltada la nave por dos unidades de la Marina de Guerra dominicana, no tardó en arribar a la isla de Guadalupe, posesión francesa, partiendo al día siguiente hacia Europa a bordo del vapor Antilles, de la Compañía Transatlántica Francesa.

Trujillo fue el primer jefe de Estado extranjero que visitó España, tras la victoria del franquismo y el aplastamiento de la República.  Llegó precedido de un aluvión de elogios en la prensa dominicana y española en la que se le reputaba como el más limpio heredero y el primer abanderado de la hispanidad, el anticomunismo y los valores tradicionales en el hemisferio occidental.

Cuando la nave que le conducía arribó al puerto de Vigo, el 2 de junio, fue recibido por Alberto Martín Artajo, ministro de Relaciones Exteriores de Franco y el canciller dominicano, Joaquín Balaguer entre otros altos funcionarios civiles y militares de ambos países. Al día siguiente arribaría a Madrid, donde lo esperaban Franco y su esposa, Carmen Polo de Franco, junto al resto del gobierno y el Estado Mayor. En medio de una multitud delirante por los oropeles, los bicornios, entorchados, condecoraciones y uniformes de gala, se fundieron en un tierno abrazo ambos generalísimos: quedaba sellada la alianza dictatorial entre fuerzas cavernarias de Europa y sus congéneres del Caribe.

Entre las ofrendas que Trujillo depositó a los pies de Franco, en prenda de amistad indestructible, se hallaban joyas para su esposa, famosa por su debilidad ante el oro y las piedras preciosas, terror de los joyeros españoles a quienes solía desvalijar sin pagar, y un Cadillac para el jefe del estado español. Por supuesto hubo intercambio de condecoraciones: mientras Trujillo recibía el Gran Collar de la Orden de Isabel, La Católica, Franco recibía la Gran Cruz Placa de Oro de la Orden Trujillo.

Al arribar a tierra española, Trujillo no ocupaba la presidencia de la República Dominicana. Su hermano Héctor Bienvenido, Negro, Trujillo le cuidaba la silla obedientemente desde el 16 de agosto de 1952. Para eludir complicaciones protocolares, llegó investido de inmunidad diplomática, como embajador ante la ONU y encargado (por sí mismo) de varias tareas más, entre ellas, firmar por esos mismos días el acuerdo con el Vaticano conocido como el Concordato. A pesar del escrutinio minucioso de la burocracia franquista y de las exigencias de un protocolo medieval, que incluyó la escolta a los dos generalísimos de la Guardia Mora franquista a caballo, con lanzas y sables, un desliz inesperado hizo temblar a los redactores del Programa Oficial de la visita, titulado, como prueba del yerro, “Programa Oficial de la visita del Excelentísimo Señor Presidente, Don Rafael L. Trujillo, Generalísimo de los Ejércitos de la República Dominicana, junio, 1956”

Para no perder tiempo inventando el pedigree sagrado de Trujillo, el Programa incluía, textualmente el siguiente párrafo ditirámbico tomado del libro “Trujillo” (1945), de Abelardo Nanita, quien fuese secretario de la Presidencia:

“Es un abolengo esclarecido el suyo. Tronco de pura cepa española, de espíritu conquistador y aventurero, los Trujillo extendieron sus ramas por América en los días gloriosos de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo”

En aquella visita, donde se reunieron dos de los tres generalísimos del momento(el tercero era Chian Kai-Shek, líder del Kuomintang, o Partido Nacionalista Chino, refugiado tras su derrota en 1949, en la isla de Taiwan),se selló una alianza estratégica entre ambos dictadores, reflejada en el envío de asesores militares españoles para la Academia Militar “Batalla de las Carreras”, el intercambio de tecnología militar e información de inteligencia, algo de lo cual estaría en lo profundo y detrás, del secuestro de Jesús de Galíndez, en la ciudad de New York, el 12 de marzo de 1956, trasladado a Ciudad Trujillo para ser asesinado. No pocos militares de la élite trujillista, especialmente de piel clara, se graduaron en academias militares franquistas.

Trujillo es ajusticiado frente al Mar Caribe, en la noche del 30 de mayo de 1961.Franco muere de diversos padecimientos en su cama, en Madrid, el 20 de noviembre de 1975. Si bien los restos del primero sufrieron un largo recorrido, que incluyó entierros y exhumaciones sucesivas, hasta llegar a España, los del segundo fueron inhumados, con toda la pompa y el boato medieval del que era tan afecto, en el faraónico Mausoleo del Valle de los Caídos, erigido sobre los cadáveres de numerosos presos políticos republicanos, obligados a trabajar como esclavos.

Curiosamente, o cumpliendo un destino inescrutable, los dos generalísimos, ya sin la escolta de la Guardia Mora, se han vuelto a encontrar en el cementerio del Pardo, o Mingorrubio, distante 17 kilómetros de Madrid. El portentoso suceso, no exento de ironías históricas, fue posible al ser retirados los restos de Franco de su mausoleo en el Valle de los Caídos, el 24 de octubre del 2019, por disposición del gobierno español y ante el reclamo sostenido por décadas, de buena parte de la opinión pública española.

Antes de la llegada a Mingorrubio de los restos del generalísimo Francisco Franco, fui de los escasos visitantes a su modesto mausoleo, según palabras de un empleado del cementerio, atestiguando con algunas fotos la presencia de un cierto descuido y abandono del lugar. De toda la pompa en que se rodeó en vida Trujillo quedan apenas hojarascas y telaraña.

Quizás se consuele su alma en pena al saberse definitivamente acompañada por la de su parigual español.

Por: Eliades Acosta