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    Solidaridad con el pueblo norteamericano

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    Al Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica lo hemos criticado con virulencia cuando invade una nación más débil o propicia la llegada al poder de un dictador sanguinario que masacra su pueblo.

    Jamás debemos dejar de reconocer la grandeza de la tierra del general  George Washington y demás padres fundadores de esa gran nación. Proclamaron su Independencia con 13 colonias inglesas y hoy son 50 estados más Puerto Rico y otros territorios esparcidos por el mundo.

    Mientras Europa vivía su etapa más oscura de persecución por religión, las nuevas colonias tuvieron la visión de fundar una nación en base a la libertad de cultos. Y eran de mayoría perseguidos protestantes.

    En base al sacrifico y trabajo honrado de su gente, han creado uno de los más grandes imperios de la historia de la humanidad. 

    Hago este preámbulo para señalar que ese inocente ciudadano, que vive inmerso en su quehacer diario; y que no se mete en política, no merece vivir el desasosiego de un atentado… O que un desequilibrado (por la razón que sea) provoque un tiroteo, que ponga explosivos en una discoteca, una escuela, iglesia, aeropuerto, un maratón, una guardería infantil.

    El enemigo está dentro

    El último atentado en un bar atestado de estudiantes en un pueblo de California nos hace recordar que el enemigo del ciudadano norteamericano indefenso,  no es un fanático religioso árabe en el Medio Oriente: está dentro, en el corazón del pueblo. Y puede dañar en cualquier momento. Nos preguntamos: ¿Dónde será el próximo atentado?  ¿Cuántos inocentes más morirán?

    Está demostrado que algunos de los atacantes se formaron en la escuela militar de Estados Unidos y que “la violencia genera más violencia”. La violencia genera una enfermiza venganza en contra de quien sea: no importa la víctima.

    Miren, para citar solo dos ejemplos entre muchos casos, lo que tienen en común el atacante de la fiesta estudiantil, Ian David Long, de 28;  y el perpetrador del ataque terrorista de Oklahoma City, Timothy McVeigh. Los dos fueron infantes de marina, pero con un enfermizo resentimiento en contra del gobierno y su pueblo. 

    Lo de Oklahoma fue el 19 de abril de 1995. Un  camión cargado con explosivos estalló frente a un edificio gubernamental.  Dejó  168 muertos. Fue el acto terrorista más mortífero en suelo estadounidense hasta entonces, una marca superada seis años más tarde por los atentados del 11 de septiembre de 2001.

    Por venganza

    Las distintas agencias de prensa decían que McVeigh, excombatiente de la guerra del golfo Pérsico, indicó que cometió el atentado en venganza a la intervención de agentes federales contra el rancho de la secta de los Davidianos en Waco (Texas), en cuyo incendio fallecieron 83 personas (23 niños); increíblemente fue el 19 de abril de 1993, después de un sitio policial de 52 días.

    Yo agrego que una queja en la opinión pública fue que las autoridades usaron un exceso de fuerza militar; y que el fuego que provocó el incendio del recinto davidiano fue provocado por las bombas lacrimógenas que lanzaron los agentes. 

    Según una crónica del Listín Diario, entre las 168 personas que murieron a causa de la explosión en Oklahoma City, 19 eran niños menores de seis años que se encontraban en la guardería del edificio federal: hirió  a más de 680.

    La  enorme potencia del explosivo, hecho a base de fertilizantes, destruyó o dañó 312 edificios en un radio de 16 manzanas, destrozó 86 automóviles y causó daños por unos 652 millones de dólares.

    En fin, desde Santo Domingo oramos y nos solidarizamos por tantas escenas de horror  y lloramos con la sociedad norteamericana, la misma que da cobijo a tantos inmigrantes dominicanos; además de ser nuestro principal socio comercial. Y ojalá encuentren una solución definitiva al complejo y tan debatido problema de la proliferación de las armas.