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    El DNI espiaba a Morales Troncoso

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    A don Carlos Morales Troncoso me unía una gran amistad, aunque nos distanciamos últimamente por mis críticas al desorden que primaba en la Cancillería y el mal manejo del tema haitiano. Peleábamos y luego regresaba la amistad. Hasta me propuso que fuese candidato a diputado por la Circunscripción Número Tres del Distrito Nacional. De no ser que lo planteó delante del director del Caribe, Manuel Quiroz, y los propietarios del diario, los empresarios Manuel Estrella y Félix García, hubiese pensado que era una broma. Agradecí el gesto del amigo y le manifesté que mi única aspiración era ser un buen reportero y ver cómo las circunstancias me permitían servir a mi país.

    Uno de los pleitos era por el elevado número de viajes del presidente Leonel Fernández. Yo entendía que eran muy costosos y que con un canciller de tanto prestigio no era necesario que el gobernante viviera encima de un avión. «Cooño, Valenzuela, que cojones tú tienes… el jefe de la diplomacia es el Presidente y el mejor promotor para vender el país en el mundo», respondía.

    Un día en el Palacio Nacional me llamó para mostrarme que tenía los labios rotos, pues iba para una nación africana y la vacuna que le pusieron de prevención de enfermedades le provocó fiebre y laceraciones en la boca. Ahí me dijo que estaba enfermo, cansado y le había manifestado al Presidente que iba a renunciar, pero este no aceptó. Recuerdo que estaba molesto, atribulado por los conflictos internos y golpes bajos en el Partido Reformista Social Cristiano. Dijo que le había creado disgustos unas declaraciones del dirigente Federico Antún Batle «porque cuando hablamos no me dijo nada, cobarde al fin, no me habló de frente, esperó que diera la espalda».

    En la VI Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias, Colombia, fui testigo de su prestigio: Fue el único canciller que se reunió a solas con el presidente de Estados Unidos, Barak Obama. Allí sirvió de interlocutor entre varios gobiernos del área y las autoridades norteamericanas. Es decir, que su autoridad moral traspasó la frontera dominicana.

    Tacaño

    Este amigo recién fallecido tenía fama de tacaño, cosa que en el ambiente político-clientelista es un delito de lesa humanidad. El expresidente Hipólito Mejía llegó a decir que Morales Troncoso era tan tacaño que «un ladrillo suelta más manteca que él». Recuerdo que en Cartagena de Indias, cuando acudimos a la Biblioteca Nacional, estaba peleando, regateando rebaja sobre una revista y un libro que costaban cinco y siete dólares.

    Durante una larga espera para entrar a una sesión de la Asamblea de las Naciones Unidas, en Nueva York, Estados Unidos, me hizo muchas anécdotas sobre cuando fue vicepresidente dos veces del presidente Joaquín Balaguer.

    Contó que una vez mientras conversaba con un amigo del Departamento de Estado de Estados Unidos descubrieron varios micrófonos en el despacho vicepresidencial, además que el Departamento Nacional de Investigaciones (DNI) escuchaba sus llamadas telefónicas.

    Acudió encolerizado al despacho de Balaguer. Le llevó los micrófonos y se marchó a su casa con la intención de nunca volver al Palacio Presidencial. Luego de su larga ausencia el propio Balaguer fue a su casa y se disculpó explicándole que es un exceso de celos de personas que no entendían que la dictadura trujillista había desaparecido. Balaguer bromeó diciendo que la manía del espionaje era tan enfermiza que al mismo Presidente lo espiaban.

    ¡Descanse en paz, don Carlos Morales Troncoso!