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El inexorable destino del muerto Soler (3 de 3)

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El inexorable destino del muerto Soler (3 de 3)
El inexorable destino del muerto Soler (3 de 3)

En los primeros momentos de confusión que siguieron a la fuga del tirano Fulgencio Batista hacia República Dominicana, se vio a la figura esmirriada de un recluso con ojos de búho que se deslizó entre el grupo de presos políticos de la prisión de El Príncipe para los cuales el triunfo de la revolución del 1 de enero de 1959 significó la inmediata liberación. Rafael Emilio Soler Puig no purgaba pena de prisión por su militancia política, sino por el asesinato de Pipí Hernández, líder del exilio antitrujillista dominicano en Cuba.

Todo comenzó con un informe secreto enviado a fines de mayo de 1955 a Trujillo por Darío Mañón, quien ocupaba el cargo de cónsul general dominicano en México, alertándolo de que en La Habana se volvía a conspirar para derrocar a su gobierno y que los protagonistas de la conspiración eran 12 “irreductibles”, que a pesar de los fracasos de las expediciones de Confites y  Luperón y de la represión “amiga” que Batista ejercía sobre los exiliados políticos, perseveraban en la organización de expediciones y acciones armadas. Una copia de dicha carta fue remitida a Julio Vega Batlle, entonces embajador dominicano en la isla, para actualizar las informaciones que se pudiesen acopiar sobre tales enemigos. En la lista, después del general Juancito Rodríguez, el segundo era Manuel de Jesús Hernández Santana, más conocido por Pipí. Dos meses después fue asesinado.

No le fue difícil a Trujillo hallar en la figura del Muerto Soler al sicario idóneo para cometer el crimen: le sobraban credenciales y antecedentes penales. Par darle un aire local al plan, fue contactado y contratado por Policarpo Soler, que se hallaba en Santo Domingo a las órdenes del tirano. Su misión consistía en organizar el atentado, que se cometió el 8 de agosto de 1955, a las 10.00 pm, en la intersección de las calles A y 25, en el Vedado, cuando la víctima regresaba de su trabajo y atravesaba un parque oscuro. Para la ejecución directa contrató por $150 pesos al jamaicano Alejandro Robinson Done, que asestaría las seis puñaladas mortales, y a los cubanos Adán Céspedes Céspedes y Oscar García Guerra, que lo sujetarían por ambos brazos, inmovilizándolo.

Todo fue ejecutado según el plan.

Dicen que quien identificó a los asesinos fue el también exiliado dominicano Ramón Emilio Mejía del Castillo, Pichirilo, uno de los patrones de buques de la expedición de Cayo Confites; timonel del yate Granma en el que arribarían a Cuba, el 2 de diciembre de 1956, Fidel Castro con sus compañeros; comandante constitucionalista en 1965 y asesinado por el terrorismo de estado, el 12 de agosto de 1966, en Santo Domingo. Sus sospechas se habían disparado al ver a los sicarios gastando abundante dinero en bares y prostíbulos del puerto, en los días siguientes al suceso.

La opinión pública en Cuba, a pesar de las campañas trujillistas para achacar a líos de faldas el asesinato, fue unánime en su condena directa al sátrapa. En la Bohemia del 21 de agosto de 1955 aparece el artículo condenatorio de Rogelio Caparros titulado “25,000 muertos de la era de Trujillo contestan ¡presente!”, donde se afirmaba, con razón, que “…no existen garantías para los exiliados políticos dominicanos amparados bajo el pabellón cubano”. En ese mismo número se publicaban las declaraciones de condena directa a la dictadura quisqueyana del Frente Unido Dominicano y del Partido Revolucionario Dominicano, del que Pipí fue uno de los fundadores.

El Muerto Soler y sus cómplices fueron arrestados para aplacar el clamor de la opinión pública. Se acusaron mutuamente y ante las autoridades se develó toda la trama. Fueron condenados a 30 años de prisión. En agosto de 1956, María Fabra, esposa del Muerto Soler entregó a José R. Vicioso Bonet encargado de Negocios dominicano en Cuba, una carta para Trujillo en la que es muy probable que el prisionero pusiese precio a su silencio.

En mayo de 1956 Federico Llaverías, embajador dominicano en La Habana, propuso a Trujillo un plan absurdo que le fue aprobado. Consistía en provocar un acercamiento con Rolando Masferrer, senador cubano que fue segundo jefe de la expedición de Cayo Confites, la cual traicionó por ambiciones personales y ansias de poder. Ex comunista, abogado y periodista destacado, dueño de la revista “Tiempo” y del periódico “Tiempo en Cuba”, fue también veterano de la Guerra Civil española. Aventurero, taimado y criminal, Masferrer es recordado en Cuba como jefe de la banda paramilitar batistiana “Tigres de Masferrer”, que dejó tras sí, en la huida del 1 de enero de 1959, un reguero de cadáveres y millones robados. La idea era buscar una alianza con Masferrer para derrocar a Batista, quien se había mostrado distante de Trujillo y no había sido capaz de prohibir las actividades y la propaganda  antitrujillista del exilio dominicano.

En ese mismo mes de mayo, Llaverías sostuvo varias reuniones secretas con Masferrer en el bufete del abogado Alfredo López Lima, una de las cuales fue grabada subrepticiamente por este último para fines de “desenmascarar” la injerencia trujillista en la isla. La transcripción de la grabación fue publicada en la prensa controlada por Masferrer, incluso traducida y entregada al Departamento de Estado norteamericano. En una de sus partes se aludía al asesinato de Pipí Hernández y a quienes lo habían cometido:

“Me preocupa, por ejemplo- afirmaba Masferrer- que en medio de la Feria de la Paz, que logró tanta repercusión internacional tuviese lugar aquí un evento completamente contradictorio con eso y que anuló los efectos positivos de la propia Feria. Se trata del asunto de Pipí Hernández y otros similares. Gente completamente irresponsable participó en ellos, dando la impresión de que lo habían organizado de manera estúpida. No sé cómo se selecciona la gente para tales actividades”.

Si grave era el comentario de Masferrer, aún más lo fue la respuesta que recibiese del embajador Llaverías:

“Él (Trujillo) necesita orientación en todos esos asuntos. Usted no solo será el amigo, sino el consejero a quien él escuche”

Tras haber cumplido apenas cuatro años de su condena, el escurridizo Muerto Soler logró escapar de la prisión el 1 de enero de 1959, y suponemos que, para completar el engaño, dando vivas a la revolución triunfante. Recelosos del desborde popular, y a sabiendas de sus deudas de sangre, no tardó en aparecer por Miami y alistarse en la invasión de Playa Girón, desembarcada en la costa sur del centro de la isla y derrotada por las Milicias Nacionales y el Ejército Rebelde, en apenas 72 horas.

A cambio de una indemnización de 500 tractores y alimentos para niños, los 1200 mercenarios capturados tras el fracaso, fueron liberados y enviados a los Estados Unidos, pero 14 de ellos, sobre los que pesaban acusaciones por torturas, violaciones y asesinatos fueron juzgados en juicios públicos, y cinco condenados a muerte por fusilamiento, entre ellos, como era de esperar, Rafael Emilio Soler Puig

Al amanecer de aquel día brumoso de noviembre de 1961, en las afueras de la ciudad de Santa Clara, el destino cortó el último hilo del que pendía la vida del Muerto Soler. En el momento de la mirada postrera, antes de hundirse en la nada eterna, aquellos inconfundibles ojos de búho asustados identificaron los rostros y las manos de las sombras de sus víctimas, que reclamaban justicia.

Fue en ese preciso momento cuando la descarga del pelotón de fusilamiento atronó el espacio.

El inexorable destino del muerto Soler (3 de 3)
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