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Policarpo Soler en la picota

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Elíades Acosta
Elíades Acosta

Tras el derrocamiento del tirano Gerardo Machado en Cuba, por la jornada de protestas y huelgas que culminó el 12 de agosto de 1933, algunos grupos revolucionarios, abigarrados, inconstantes, huérfanos de ideología y carentes de formación política, se reciclaron en bandas gansteriles que ocultaban sus delitos, crímenes y extorsiones bajo el paraguas de rimbombantes nombres y lemas truculentos tales como “La justicia tarda, pero llega” o “Cúmplase la voluntad de los mártires”

En teoría, se trataba de grupos inconformes con la impunidad con que los machadistas, culpables de innumerables y atroces fechorías, continuaron viviendo en la isla, sin que nadie los molestase, pasada la ola vengativa del primer momento, que se saldó con más de 1,000 esbirros, soplones, torturadores y asesinos del depuesto régimen ejecutados y arrastrados por turbas incontroladas, y el saqueo y destrucción de más de 300 lujosas viviendas, negocios y periódicos de los personeros defenestrados y en fuga. Los pocos que fueron juzgados y condenados a leves penas de prisión, como el comandante Santiago Trujillo, ex jefe de la Policía Secreta y familiar del dictador dominicano, no tardarían en ser beneficiados por la Ley de Amnistía decretada en diciembre de 1937.

Para el pueblo, desinformado y manipulado, estos muchachos del gatillo alegre fueron, al inicio de su larga y sangrienta carrera, una especie de Robin Hood tropicales que tomaban la justicia por su mano y escarmentaban a los machadistas intocados, sin juicio previo ni apelaciones posibles. Las cosas, como era de esperar, no tardaron en revelar que junto a este propósito existían otros más turbios y nada altruistas ni justicieros, especialmente, cuando los más inescrupulosos políticos comprendieron que si invertían en su grupo de acción favorito podrían contar con una tropa de choque particular para imponerse en la jungla despiadada que era la política cubana de entonces.

Y aquí empezaron los problemas. El tableteo de las ametralladoras, las escopetas recortadas y las pistolas se incorporaron a la vida cotidiana de los cubanos, especialmente de los habaneros y una larga estela de muerte y de impunidad acaparó las primeras planas de los periódicos, mientras los gánsteres, a las órdenes de los políticos marrulleros, hacían crecer sus fortunas y escalaban en los mandos policiales.

De esa atmósfera deletérea surgieron personajes como Policarpo Soler y tipos siniestros con alias como El Colorado, El Muerto, El Extraño, El Muñeco, Cuchifeo, El Turquito, Pistolita y Ventrecha. En la propia Universidad de La Habana se producían atentados con profesores y alumnos entre las víctimas fatales. Ahí el germen gansteril había sido introducido por Jaime Mariné, un catalán a las órdenes de Batista, que había llegado a Cuba como soldado español, conduciendo un caballo de regalo de Alfonso XIII al entonces presidente Mario García Menocal, y que sagazmente se quedó en la isla tras haber comprendido el filón que era la política cubana. Para neutralizar los ánimos revolucionarios, predominantes en la única universidad existente en el país, Bstista, a través de Mariné, que llegaría a ser el jefe de la Inteligencia Militar, creó el llamado bonche universitario, un grupo gansteril que enfrentaba a los elementos más radicales y no tardó en convertir el alto centro docente en un antro.

Policarpo Soler tuvo en Cuba una larga carrera delincuencial, que incluía asesinatos, prisiones, fugas espectaculares, amparo de influyentes políticos, postulación como representante a la Cámara, admisión como miembro de la Policía Nacional y fuga del país, tras el golpe de estado de Fulgencio batista, que tuvo lugar el 10 de marzo de 1952. Refugiado en Madrid, no tardó en ser contactado por Félix W. Bernardino, a nombre de Trujillo, quien lo puso a sus órdenes, destacándose pronto por sus habilidades como sicario y ejecutor de operaciones encubiertas.

Una de las primeras tareas encomendadas por el dictador, fue apoyar con 50 hombres y aviones dominicanos el golpe de Estado del 27 de junio de 1954 contra el coronel Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala, malquerido por la United Fruit Company, la CIA, el Departamento de Estado y la oligarquía guatemalteca. El éxito de la misión y los contactos establecidos llegaron a abrirle las puertas en Santo Domingo, gozando del favor de Trujillo… hasta un día.

El 1 de enero de 1959, al amanecer, el dictador cubano Fulgencio Batista, derrotado por la revolución, llegó en fuga a República Dominicana acompañado de cinco aviones y 128 de sus cómplices y familiares. Una de sus primeras acciones fue poner a buen recaudo en las bóvedas del Banco de Reservas, y autorizado por Trujillo, parte del botín robado en Cuba, destinando más de un millón de dólares a la manutención de los fugitivos. Como este dinero debía terminar en sus bolsillos, Trujillo ordenó que nadie podía tocarlo sin su venia, y en ningún caso se entregaría en dólares.

El 18 de agosto de 1959 ese dinero fue o intentó ser extraído, de acuerdo a las versiones que circularon. Según unos, fue extraído por Batista, respaldado por Policarpo Soler; según otros, intentó ser extraído por este último, quien reclamó se le entregase la suma en dólares, y no en pesos como estipulaba la ley, a lo que se opuso el gerente de Banreservas, el licenciado Juan Antonio Morales González. En la discusión que se suscitó, Policarpo Soler osó acusar a Trujillo de “…querer cogerse mi dinero”, lo que fue informado por Morales a Virgilio Álvarez Sánchez, secretario de Finanzas, quien de inmediato lo puso en conocimiento de Trujillo. De inmediato, el sátrapa ordenó a Morales y Policarpo presentarse ante él, orden que fue de inmediato obedecida.

Recuérdese que junio, julio y agosto de 1959 fueron meses tormentosos para la dictadura, que incluyeron las expediciones antitrujillistas del 14 y 20 de junio por Constanza , Maimón y Estero Hondo; la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba, a fines de ese mismo mes; la polémica en la OEA alrededor de los desembarcos, con acusaciones contra los gobiernos de Cuba y Venezuela; el intento de aplastamiento militar de la Revolución cubana mediante la fracasada expedición trujillista y batistiana de la ciudad de Trinidad, a mediados de agosto;  el asesinato, se dice que a manos de Policarpo Soler y en el mismo despacho de Palacio, del secretario de estado de Trabajo, Ramón Marrero Aristy, por sospechas de infidencia y finalmente, el incidente que involucraba a Banreservas.

La fiera, envejecida, paranoica e iracunda, se sentía en sumo peligro por aquellos días, y respondió a dentelladas y zarpazos letales, a todo lo que consideraba un desafío a su inmenso poder.   Lo que sucedió en aquella reunión y después sigue sumido en el misterio y las versiones que han intentado explicarlo son contradictorias. Para unos, en el propio despacho presidencial Trujillo increpó a Morales por haber entregado a Batista, virtual rehén a quien extorsionaba, unos bultos valiosos depositados en las bóvedas del banco, contraviniendo sus órdenes. La respuesta que este le dio, en el sentido de que cuidaba la reputación bancaria de la República, terminó de cegarlo, clavando en su corazón un estilete. La versión oficial indicó que al retirarse de la reunión, Policarpo mató a tiros a Morales y a su chofer y se dio a la fuga en unión de dos sobrinos y un hermano. Era una versión truculenta: la revisión médica del cuerpo de Morales no halló heridas causadas por armas de fuego, sino una casi imperceptible de arma blanca a la altura del corazón.

El periódico El Caribe, del 19 de agosto de 1959, diario propiedad de Trujillo y su vocero oficioso, acusó a Policarpo y sus familiares del crimen e informó que estaban siendo buscados intensamente. El 23 de agosto terminaba el folletín con el anuncio de que todos los prófugos habían muerto en un intercambio de disparos con las fuerzas del orden en la urbanización Paraíso. Se mostraban fotografías del cuerpo ensangrentado de Policarpo Soler y de su sobrino, Raúl Herrera Soler. Según el comandante Delio Gómez Ochoa, preso en la cárcel de la 40, Policarpo fue ametrallado en su patio, y en su presencia, junto a sus sobrinos.

El mismo miércoles 19 de agosto de 1959, ocho meses después de su primera fuga, Batista protagonizaba la segunda, respaldado por el gobierno del presidente Eisenhower, esta vez con dirección a Lisboa, y luego a la isla de Madeira, donde se refugió. Murió en Marbella, España, el 6 de agosto de 1973. De alguna manera, su partida tuvo que ver con el destino trágico de Policarpo Soler.

El Karma es implacable.      

Policarpo Soler en sus tiempos de cabo de la Policía en Cuba.

Policarpo Soler junto a otro gánster cubano de la época, su amigo Orlando León Lemus, El Colorado

La revista Bohemia, de Cuba, del 13 de septiembre de 1959, publica la noticia de la muerte de Policarpo.
Cadáver de Policarpo Soler, ultimado por órdenes de Trujillo.