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Para no caer en desgracia

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Para no caer en desgracia
Para no caer en desgracia

No cabe la menor duda que los diplomáticos trujillistas constituían una especie muy peculiar dentro de los cuerpos diplomáticos acreditados ante los gobiernos con los que la dictadura mantenía relaciones formales. Se trataba, ante todo, de representantes muy comprometidos con el régimen, que sabían valorar las prebendas y privilegios que sus puestos concedían; que no osaban desviarse ni un milímetro de las órdenes recibidas desde Santo Domingo; que frecuentemente espiaban directamente para Trujillo, a espaldas de sus superiores en embajadas, legaciones y consulados, y que eran partícipes, de buena o mala gana, de las trapisondas, operaciones encubiertas, sobornos y crímenes que el propio dictador organizaba.

La lista de acciones vergonzosas e ilegales de la diplomacia trujillista en el exterior es extensa. No hubo un solo asesinato ejecutado por sicarios del dictador, que no hubiese comprometido a atildados representantes del régimen, como ocurrió con los crímenes contra Sergio Bencosme, en New York, en 1935; o Mauricio Báez, en La Habana, en 1950 y Pipí Hernández en la misma ciudad, en 1955. También en el secuestro de Jesús de Galíndez, en New York, en 1956 y el asesinato de José Almoina en México, en 1960. Lo mismo puede decirse de las campañas sucias, de descrédito orquestadas contra Juan Bosch, Juancito Rodríguez, Germán Emilio Ornes Coiscou, Rafael Estrella Ureña, Ángel Morales y tantos otros.

Los primeros espías al servicio de Trujillo fueron sus propios diplomáticos. La correspondencia oficial y reservada entre estos y los organismos de inteligencia y el propio Trujillo evidencian un tráfico incesante de información contra enemigos reales y supuestos, tanto de los dominicanos en el exilio como de militares políticos, legisladores, empresarios, periodistas y funcionarios extranjeros, de todas las nacionalidades imaginables. Nada ni nadie escapaba a la curiosidad inquisitorial y obsesiva de la dictadura, que llegaba a hurgar en la vida familiar e íntima de los espiados, ni siquiera los propios espías. Preso de una voraz paranoia, Trujillo fue capaz de organizar redes de espionaje privadas, al margen de la cancillería, el Ejército o las centrales de inteligencia, que por canales alternativos informaban directamente al dictador sobre los asuntos de interés.

En una carta fechada el 29 de junio de 1937, remitida por Teódulo Pina Chevalier, embajador de Trujillo en México y su tío materno, a Roberto Despradel, embajador en La Habana, el primero subrayaba su estricto cumplimiento de la primera misión que se asignaba a cualquier servidor en el exterior de la dictadura. “Por acá yo siempre vivo-afirmaba-haciendo vigilar a los taimados que todavía se envalentonan en ser nuestros enemigos”.

No siempre Trujillo mostraba complacencia con las informaciones que recibía de sus espías en el servicio exterior, ni con el uso que se daba a los fondos secretos que para estos fines se asignaban mensualmente a los embajadores. Así ocurrió con Ramón Brea Messina, embajador dominicano en México en 1956, al cual el dictador, a través de su ayudante A. Amado Hernández, calificó sus informes confidenciales como “… imprecisos y carentes de interés y confeccionados con el único propósito de obtener remuneración de ellos”, lo cual el embajador consideró, en raro gesto de dignidad, como vejatorio. Como castigo, se le comunicaba al embajador que “…la Superioridad ha considerado oportuno suspender la asignación de RD$400.00 que se le envían mensualmente para cubrir los gastos de estos servicios en esa.”

Bajo tales condiciones, no debe extrañarnos que los diplomáticos trujillistas derrochaban celo en el cumplimiento de sus misiones de espionaje, y que no tenían escrúpulos en abultar sus informes con detalles ficticios y la revelación de tremebundos planes conspirativos contra el régimen, que muchas veces solo existían en sus metas calenturientas. Se trataba, en el fondo, de una cerrera descocada por favores y prebendas, y, en primer lugar, por gozar de la confianza de Trujillo.

Hoy compartimos con nuestros lectores el informe confidencial del 26 de noviembre de 1944, remitido como “información para el Jefe”, por Pedro Manuel Hungría Álvarez, intelectual trujillista, uno de los fundadores, en agosto de 1953, del Archivo Histórico de Santiago de los Caballeros, quien por entonces ocupaba el cargo de primer secretario de la Legación dominicana en La Habana. El texto confidencial se centra en informar, al detalle, sobre la exitosa celebración en esa ciudad del Congreso de la Unidad, al que asistieron más de 30 delegados del exilio antitrujillista residentes en diferentes países de la región, y como invitados, el destacado periodista y escritor revolucionario venezolano Andrés Eloy Blanco, el senador cubano Eduardo Chibás y el general de las guerras de independencia de Cuba, nacido en Puerto Plata de padres cubanos, Enrique Loynaz del Castillo.

En el texto se reseñaba la lista de delegados, sus planes de adquisición de buques para llevar expediciones contra el régimen, como lo fue la frustrada expedición de Cayo Confites, en 1947, y se anunciaba una campaña de descréditos mediante la impresión de un folleto infamante contra Ángel Morales, líder del exilio asentado en Puerto Rico. Por último, una curiosa nota sobre una fotografía que se anexaba, que no puedo dejar de citar: “(en la fotografía) figura una señora dominicana a quien yo utilizo en determinados círculos como “camarón” (carnada). Ella se hace pasar como elemento antitrujillista, pero no es así. Es persona que protejo y obedece mis instrucciones. Lo informo para que no se le ponga en desgracia”.

El tono de esta nota es inusualmente sincero y parece destinado a congraciarse con Trujillo, como si se estuviese haciendo una revelación de alcoba, a las que era muy adicto el sátrapa. Hungría deja entrever, sin decirlo, que la Mata Hari que usaba para penetrar los círculos antitrujillistas en Cuba, era “su protegida “y “obedecía sus órdenes”, lo cual puede tener muchas lecturas.  Pero lo más interesantes era la precaución que tomaba de advertir que no era un enemigo real, “para que no la pongan en desgracia”.

Conociendo la retorcida personalidad de Trujillo, es muy probable que, lejos de congraciarse con él mediante esa nota confianzuda y no solicitada, el que debe haber terminado “en desgracia” haya sido el entonces primer secretario de la Legación dominicana en La Habana.

Información del Jefe – Para no caer en desgracia
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