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… Por excepcionales servicios a la Patria

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… Por excepcionales servicios a la Patria - 10 de septiembre de 1933
… Por excepcionales servicios a la Patria - 10 de septiembre de 1933

Fulgencio Batista y Zaldivar, un sargento taquígrafo del ejército cubano, de origen muy humilde, se hizo notar por primera vez en la historia cuando astutamente usurpó el papel dirigente en el  “Golpe de los sargentos”, que tuvo lugar el 4 de septiembre de 1933, y acabó con el timorato gobierno provisional de Carlos Manuel de Céspedes, hijo anodino del Padre de la Patria.

Cuba se hallaba sumida en el caos que provoca toda revolución abigarrada, sin una fuerza política rectora definida. El tirano, general Gerardo Machado y Morales, había sido derrocado el 12 de agosto por la erupción contenida del volcán popular. En las sombras, respaldadas por la embajada norteamericana en La Habana, encabezada por el embajador Benjamín Sumner Welles, las fuerzas conservadoras maniobraban para salvar del naufragio el principio de autoridad y el poder mismo.

En medio de la borrasca, mientras más de mil esbirros machadistas eran cazados y linchados en las calles y se saqueaban y destruían periódicos, empresas, casas de los personeros del régimen depuesto, oficinas gubernamentales y hasta el mismo Palacio Presidencial, el vacilante gobierno de Céspedes apenas duró 21 días. Los sargentos, movidos por demandas y exigencias gremiales, más que por objetivos verdaderamente revolucionarios, depusieron a la oficialidad machadista, dócil instrumento del tirano caído. La extracción humilde de la mayoría de ellos, y el hecho de barrer con los remanentes del machadato, hicieron que el pueblo simpatizara con ellos y los considerase agentes del cambio y de la revolución misma.

Nada más lejos de la realidad, como demostrarían los hechos posteriores. La deriva de Batista y muchos de sus compañeros hacia la traición y su conversión en nuevos agentes represivos del imperialismo yanqui, contribuyeron decisivamente a la mediatización y derrota del impulso revolucionario, planeando  su sombra sobre la República y llegando hasta la sangrienta dictadura que el propio Batista comenzó con su golpe de estado del 10 de marzo de 1952, que depuso al presidente Carlos Prío Socarras.

Al gobierno derrocado de Céspedes sucedió una Pentarquía, también heterogénea, que apenas se sostuvo una semana. Para intentar resolver el problema de los oficiales machadistas desplazados, que se negaban a subordinarse a sus antiguos subordinados, el periodista Sergio Carbó, uno de los pentarcas,  tuvo la fatídica idea, que no consultó con el resto, de ascender a Batista de sargento a coronel, y otorgarle la jefatura del Estado Mayor del Ejército.

Compartimos con nuestros lectores la portada de la revista Bohemia, del 11 de septiembre de 1933, dando vivas al golpe de los sargentos y aplaudiéndolo como si fuese una auténtica revolución, por eso la imagen del soldado se acompaña con la de un estudiante, representando al Directorio Estudiantil Universitario, de largo historial de lucha antimachadista. También  otras páginas de Bohemia donde se aprecian, por primera vez, las fotos de Batista y de los pentarcas.

Tras la efímera Pentarquía sucedió el llamado “Gobierno de los Cien Días”, encabezado por Ramón Grau San Martín, conocido también como gobierno Grau-Guiteras-Batista.

Y cerramos con una página del expediente militar de Batista, que llegaría a alcanzar el grado de Mayor General, y que se inicia con la explicación fantasiosa de que su vertiginoso ascenso de sargento a coronel se debía a “… destacados méritos de guerra y servicios excepcionales prestados a la Patria”.

Batista entraba a la historia de Cuba con una mentira debajo del brazo. No podía terminar de manera diferente a la que terminó: huyendo de la furia popular, como Machado. Tampoco es casual  que ambos hayan disfrutado, por un tiempo, de la protección del generalísimo dominicano Rafael Trujillo Molina.