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    El no creyente en el que creo más que en algunos creyentes

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    Saludos amigos,

    Sé que después de haber leído el título del presente artículo ya sintonizaron con el desarrollo del mismo, sin embargo, permítanme robarle su atención informándole que no me detendré a analizar el tema sobre una perspectiva religiosa, es decir, a pesar de que hablo de creyentes y no creyentes, simplemente narraré mi experiencia con ambos tipos de personas de manera especial de un amigo que es ateo y varios que profesan una religión.

    Pero antes, quiero destacar que si en algún momento sienten que me inclino mucho en favor del ateo, eso no indica de que comulgue con sus pensamientos o ideología, al contrario, lo que me motiva a escribir al respecto es precisamente mi formación cristiana, ya que en la experiencia acumulada me resulta extraño que un no creyente haya asumido un comportamiento más correcto, moral y humanamente hablando, que quienes hacen una exhibición a veces hasta frenética de su fe en Dios.

    ¿Cómo y por qué se activa mi curiosidad ante ese evento humano? Veamos, cuando era niño, los domingos era agenda obligada en mi casa tirarnos tempranos de la cama para ir a la «escuela dominical». Allí nos enseñaban el catecismo, en lo que respecta a la Iglesia Católica. Algunas tardes éramos «invitados» por la vecina, llamada Doña Clara, quien le pedía permiso a mi madre para llevarnos al culto de la escuela bíblica de la religión evangélica, «total es a Dios a quien se adora», así expresaba mi progenitora, quien siempre se ocupó de que nos formáramos en ese ambiente de «reservorio moral», cristianamente hablando.

    Visto el esquema de mi formación cristiana, ahora comparto con ustedes las razones de porqué llegué a creer más en un no creyente que conocí, frente a otros creyentes conocidos. Reitero, no en lo referente a sus ideologías, sino a sus conductas.

    Primera experiencia: la creyente que hizo cancelar a la madre de un niño autista.

    Cuando apenas dejaba la pubertad y entraba en el portal de la juventud, entré a trabajar a la zona franca; allí aprendí bastante de la vida, conocí a gente buena y a personas que extrañamente disfrutan con hacerle daños al otro. Dentro de estas últimas, conocí a alguien que en sus acciones era todo lo contrario al perfil que presentaba ante los demás. Doña Petra (nombre ficticio, aunque el personaje es real), era una señora de unos 50 a 54 años de edad. Tenía 17 años trabajando para la empresa Estrella Luminosa, Ltd, de Zona Franca Industrial de La Romana.

    Todos los días, antes de empezar sus labores abría su biblia, la que cargaba siempre, aún en el área de trabajo, y duraba alrededor de 20 a 35 minutos orando y leyendo algunos pasajes del libro sagrado en voz alta. Eso hizo que sintiéramos un gran respeto por ella, naturalmente lo que apenas empezábamos a conocerla, a tratarla. Sin embargo, Luis, un compañero operario a quien conocí en la empresa y quien tenía trabajando allí unos 5 años, me dijo: «porque tú la veas con una Biblia y orando no te fíes de ella, pues así como la ves ha hecho cancelar a mucha gente».

    Para mí, formado en un ambiente cristiano resultaba exagerada la advertencia de mi nuevo amigo. Pasó el tiempo y un día veo a Doña Petra entrar apresurada a la oficina de Recursos Humanos, como ya me habían dicho que cada vez que ella entraba a dicha oficina era seguro que a alguien cancelarían, a mí resultaba chocante, por dos razones: por su fe cristiana y porque además ella no tenía rango en la empresa, pues era como yo, una simple operaria. No había pasado 40 minutos, cuando llamaron por el «altoparlante» a una joven de la línea de «los Stitchers» (costuras pequeñas) de cuellos. ¡No por favor, no me hagan eso, cómo podré comprarle la medicina a mi niño enfermo!, fueron las únicas palabras que pude escuchar, que acompañada de llantos salía de los labios de esa obrera, ya que después de eso fue escoltada hacia la salida por unos de los «serenos» de la empresa.

    Más tarde me enteré que la encontraron durmiéndose en el baño en hora laboral, sentí sospecha de Doña Petra, pero no quise prejuiciarme, ya que resulta imposible que quien clama a Dios pueda hacer daños, eso pensé. Sin embargo, esa sospecha desgraciadamente era cierta, la confirmé cuando el compañero que recaudaba los tickets para calcular la producción del día, me dijo: «C… cómo es posible que siendo una mujer cristiana pueda ser tan perversa, de ir a «caliesar» a esa pobre muchacha, que fue al baño a coger un descanso porque amaneció en el hospital con su niño enfermo (autismo).

    Segunda experiencia: el no creyente (ateo) que hizo que creyéramos en él por sus acciones.

    Pasó el tiempo, y aunque confieso que me resultó frustrante ver ese episodio cuando apenas comenzaba a vivir, no me prejuicié con quienes son creyentes, pues afortunadamente la gran mayoría que conozco como creyentes son muy nobles y apegadas a los principios cristianos. Ahora bien, lo que resultó para mi «extraño» e interesante a la vez, fue la actitud adoptada por quien me impactó verle decir «que no creía en Dios». ¿Qué ocurrió? Para el año 2008, al iniciarse un nuevo período del gobierno del entonces presidente Leonel Fernández, es designado en la oficina de turismo de La Romana un nuevo incumbente regional, su nombre Ernesto Rymer, médico de profesión, políglota, político, experto en el sector como guía turístico por varios años y delegado político del PLD ante la Junta Municipal Electoral. Ante ese currículo, y a pesar de que nos habíamos tratado (someramente), esperaba tener al frente al tradicional «jefe», es decir, «el mandamás», el que sus opiniones están por encima de las de los demás aunque él no tenga razón.

    Cuando por fin llegó el recién asignado «jefe» regional, lo primero que recibimos como presentación fue: «quiero que sepan que yo no creo en Dios», eso motivó un cruce de miradas entre todo el personal de la oficina, de manera especial de una de mis compañeras que profesa la religión evangélica, quien cambió de color al escuchar eso, sin embargo, a seguida dijo la frase que hizo que hubiera conexión entre quien escribe y el referido no creyente; él dijo lo siguiente: «Quiero que sepan, también, que no me gusta trabajar con quienes no piensan, de manera que la opinión mía siempre estará en un segundo plano, siempre después de escuchar las opiniones de ustedes, las cuales tendrán más pesos que las mías». Esa expresión marcaba a un individuo «extraño», pues tenía las dos condiciones que en mi estrecho conocimiento sobre el perfil humano, lo define como el candidato idóneo para ser arrogante, grosero y prepotente. ¿Cuáles condiciones? El de no creer en Dios y el de poseer un currículo brillante, pues confiésele que a raíz de esa experiencia me he enterado que de perfil humano sé muy poco, que las teorías leídas al respecto se equivocaron ante la actitud de ese individuo «extraño» que entraba a la carpeta-experiencia de este mortal en el trato con humanos. Su humildad, humanismo, conducta moral, su relación humana, su honestidad, su lealtad y solidaridad contrastan mucho con su afán desmedido de mostrarse no creyente.

    Tercera experiencia: el no creyente versus el creyente en el escenario de lo moral

    Aquí limitaré mi escrito, pues el desglose general lo verán ustedes en el libro que escribo titulado ¡Memorias de un funcionario pendejo!, en donde sí narro ampliamente esta experiencia. Sin embargo, he querido tomar un fragmento del mismo como soporte al tema en cuestión. Cuando apenas iniciaba el mandato del nuevo «jefe» regional, se apersona un extranjero a la oficina, y procura ver Ernesto Rymer para tratarle «un asunto privado».

    Cuando este llega me manda a buscar y me «invita» a participar en la reunión con dicho personaje. Lo que allí vi marcó una experiencia nueva en mi traumado conocimiento psicológico del perfil humano.

    El inversionista le ofreció una suma de dinero para que este le autorizara a operar. En la forma con que lo hizo aparentó que ya lo había hecho antes, pero la sorpresa que se llevó ante la reacción del incumbente, que sin ser grosero, de forma respetuosa le dijo: «es más cómodo y más económico estar legalizado por la institución, que autorizado por mí, ya que si está legal no habrá forma de que puedan molestarlo a usted, pero además es un pago de una cuota mínima ante la suma de dinero que usted nos ofrece, que dicho sea de paso no le garantiza nada, en razón que si está ilegal al presentarse cualquier situación le cerraría su establecimiento de todos modos». Ante esa respuesta el inversionista se sintió sorprendido y a la vez avergonzado, lo que motivó que le confesara las razones por la que le ofreció dinero, planteándole que lo hizo porque alguien, de otra institución distinta a la del incumbente, le había pedido 300 mil pesos para autorizarlo a operar en el área. ¡Ah, carajo! Eso sí indignó al Dr. Ernesto Rymer, quien sin perder tiempo fue ante esa otra institución y reuniéndose con el titular le solicitó llamar al implicado frente a él; y una vez estando los cuatro: él, el titular de la institución, el implicado y quien escribe, éste «se regó», y le dijo, señalando al implicado, lo siguiente: «éste señor le pidió la suma de 300 mil pesos a un inversionista como pago para operar». Lo que continuó después de ese señalamiento ya no tengo que decirlo, pues eso haría más extenso el relato, además sé que ustedes se lo imaginarán.

    Como pueden observar el no creyente actuó como mandan las sagradas escrituras. En lo referente al relato de la otra parte, es decir a la del (os) creyentes (s), fue todo lo contrario, (hago reserva de ésta experiencia para narrarla en mí libro). Es válido comunicarles que no fue solo esa experiencia la que viví al lado del «jefe» no creyente», pues fueron varias, lo que me hizo certificar que no se trataba de poses, sino de una formación en valores y principios moral que contradicen al ateo militante versus a la cristiana llamada Doña Petra y a otros que sudan la biblia por su permanencia bajo sus brazos, pero que no actúan como manda el Dios todo poderoso. Aunque eso no implica que todo el creyente es así, al contrario, por fortuna son más los buenos y nobles. Yo no sé ustedes, pero yo, sin ánimo de hacer juicio de valor y por las razones que les he expuesto, llegué a creer más en el no creyente que en algunos creyentes que muestran una conducta distinta a la exigida por quienes predican la importancia de salvar el alma a través de la fe y de ganar el cielo con una correcta conducta en la tierra.

    ¡Hasta la próxima!