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    Radhamés V. Gómez P.

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    Por Nelson Encarnación                            [email protected]

    En un cristal, detrás de su escritorio de subdirector de El Nacional, colgaba esta frase: “El periodista rutinario podrá estar cómodo. Pero su comodidad es la de una piedra”.

    Era la primera bofetada contra la rutina del “dijo y agregó” con que uno se topaba cada día al entrar en ese laboratorio de imaginación periodística, cuyo ocupante, cuando la redacción hervía a las 7:30 de la mañana, ya llevaba dos horas planificando la edición de esa tarde.

    Luego la frase, su difusor y la imaginación se mudarían de espacio al pasar de sub a director. El ascenso fue solo de título, pues el personaje siguió siendo el mismo que nunca renunciaría a ser reportero.

    Radhamés Gómez Pepín no simplemente tenía a la vista la frase cuyo autor no recuerdo ahora, sino que la practicaba al no permitir que la noticia se le escapara, sin importar el esfuerzo.

    El Jueves Santo de 1985, cuando la mayoría ya estaba desconectado del trabajo, concurrimos a la residencia del ex presidente Joaquín Balaguer, quien nos había pautado una entrevista que resultó una de las más impactantes en esa etapa de la vida del veterano político.

    Recuerdo cuando nos adentramos en una concurrida manifestación de bienvenida a José Francisco Peña Gómez tras su convalecencia en un hospital de Estados Unidos. «Vine pa´que nadie me cuente», me dijo en su cibaeño cuando caminábamos entre la multitud.

    Al caer la tarde del primero de marzo de 1993 estábamos en la redacción del periódico matando el tiempo, cuando llegó la información de que un médico desesperado había asaltado una sucursal bancaria de la capital, tomando en rehenes a varios empleados.

    Sin titubear nos encaminamos a la escena, y, como un reportero más, estuvo allí hasta bien entrada la noche, variando su rutina de dormir temprano. Quería dominar, de primera mano, la escena noticiosa.

    Eran de las facetas del excepcional periodista que acaba de fallecer, de quien guardo los mejores recuerdos y las mejores enseñanzas en mi formación profesional, en cuyo desarrollo también fueron fundamentales otros dos maestros: Germán Emilio Ornes y Mario Álvarez Dugan.

    La solidaridad y la defensa del personal bajo su mando fueron igualmente principios a los cuales nunca renunció. Soy testigo excepcional, y de ello hablaré en otro momento. Paz al alma de «Radha».