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    ¿Hacer trampas es inherente al ser humano?

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    Saludos amigos, el fin de semana pasado estuve en un hotel de Bávaro, junto a la familia, pretendía desconectarme de todo para resetear el cerebro, pero el escritor interno que se refleja en mi condición de tecleador, pudo más que ese deseo de hacer un «back up» a la memoria, pues observé varias cosas que por sus aspectos motivaron a que me sentara frente a la PC a escribir aun cuando estaba «descansando».

     

    Me llamó poderosamente la atención como los seres humanos hacemos trampas hasta en situaciones «innecesarias», por tal razón, me surgió la interrogante que encabeza como título el presente artículo: ¿El hacer trampa es inherente al ser humano? pero antes de entrar en materia, quisiera destacar que aunque la descripción correcta de trampa refiere a dispositivo o táctica prevista para dañar, capturar, detectar o incomodar a un intruso. Las trampas pueden ser objetos físicos, tales como jaulas, o metafóricos como acertijos o adivinanzas.

     

    He querido darle el uso coloquial que se suele dar a la expresión «hacer trampa», cuando se comete algún acto fraudulento, principalmente en los juegos, con el fin de obtener provecho malicioso. La cosa que motivó el presente escrito.

     

    Antes de que analicemos la respuesta a dicha pregunta, permítanme compartir con ustedes lo que me motivó a escribir el presente artículo. ¡Veamos! El equipo de animación de los hoteles, en la búsqueda de hacer más placentera la estancia de los huéspedes, siempre organiza actividades de diversas índoles; ya sean artísticas, deportivas o culturales.

     

    Dicho equipo organizó un concurso muy singular, consistía en reventar globos (vejigas) con el trasero, lanzándose a la piscina y aprisionándoles entre los glúteos y el agua, quien lograra reventar el globo de esa forma se ganaba un obsequio a nombre del hotel. ¿Qué pude observar en esa actividad? que el 99% de los participantes reventaba el globo con las uñas y no con los glúteos como mandaba la regla del concurso. Inclusive algunos de los que aparentemente lo lograron (que sería el 1% que reservo) creo, a juzgar en la forma en que lo hicieron, que podríamos someterlos a dudas; pues más bien, entiendo que calcularon mejor que aquellos que torpemente reventaron el globo antes de hacer contactos con el agua.

     

    Como pueden ver, ¡casi todos hicieron trampas! Pude notar también que el hacer trampas no es cultura de un país específico, ni de una edad, ni de sexos o géneros, ya que hubo participantes de distintas nacionalidades, hombre, mujer y de distintas edades. Y es que con el afán de mostrarnos superior a los demás, los seres humanos hasta con simplezas como esas, hacemos trampas. ¿Por qué hacemos trampas? Sigmund Freud, creador del Psicoanálisis; doctrina que revolucionó el estudio de la conducta humana en el mundo, destacaba que el hacer trampa es la herramienta que usamos de forma intuitiva para lograr lo que en cierto modo asimilamos imposible realizar.

     

    Freud destaca también algo muy interesante y es lo siguiente: «Durante el primer año de vida pos-natal, el origen principal de la búsqueda de placer y al mismo tiempo, de conflicto y frustración es la boca. Y como la diversión que obtiene el niño de chupar, morder, mascar y vocalizar se ve restringida muy pronto por los que lo cuidan», ya que la propia madre siempre está pendiente cada vez que el niño se chupa el dedo o mordisquea juguetes. ¿Qué percibe el niño? Que es criticado y castigado, si no se somete y es recompensado por hacerlo.

     

    «Durante esta etapa el niño no es motivado por placeres de otras regiones del cuerpo. No le interesan en lo absoluto las funciones excretorias, ni los genitales despiertan su interés, sólo le presta atención a las actividades orales. En el período oral, el niño encuentra por primera vez el poder de la autoridad en su vida, una autoridad que es limitada en la búsqueda de placer, por lo que para tales fines desarrolla técnicas evasivas y técnicas persuasivas para lograr satisfacer eso que por instinto le otorga placer».

     

    Esas «técnicas» se adhieren a nuestro método para vivir, por lo que ya siendo adultos las utilizamos para lograr nuestros cometidos. Por eso, hasta de forma involuntaria, cuando sentimos la necesidad de lograr algo, en ocasiones nos reencontramos con eso que por instintos asimilamos siendo apenas bebecitos, eso a lo que el Doctor Sigmund Freud le llamó el hacer trampa (fraudes).

     

    No busco con esto justificar el hacer trampas, más bien procuro determinar a través de esta humilde observación, que hay razones de sobras para que aquellos que logran sus metas sin necesidad de cometer fraudes se embriaguen de un éxtasis indescriptible, que se anida en la palabra satisfacción. Distinto a aquellos que logran metas en base a trampas y zancadillas, pues en el fondo, en su subconsciente, en vez de placer lo que sienten es repulsión y asco por ellos mismos.

     

    ¡Hasta la próxima!