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    Bosch reivindica a Gaspar Polanco

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    En un acto de bellaquería, cuando conducían al presidente Pepillo Salcedo para fusilarlo en secreto, lo llevaban engañado dizque iban para una operación contra las tropas españolas en las costas de Puerto Plata. Los nacionalistas iban ganando la guerra. Los acontecimientos más importantes habían sido la forma magistral de como el general Salcedo desalojó a los españoles del Castillo de Santiago y la estrategia del general Gaspar Polanco de incendiar esa ciudad. Pero comenzaron las intrigas políticas entre los dos generales y demás jefes de tropas. Salcedo era «Baecista» y sus contrarios políticos lo acusaban de que tenía un plan secreto para negociar con los españoles y llevar a Buenaventura Báez a la Presidencia. Polanco era «Santanista». Báez y Santana fueron dos caudillos que se diputaron el poder durante mucho tiempo.

    La Guerra Restauradora unificó todos los sectores, pero existían resentimientos, desconfianzas, ambiciones de poder y fortuna.

    En ese contexto se produce la orden de fusilar a Salcedo en Maimón, Puerto Plata. Al ver que lo llevaron engañado al lugar de su fusilamiento (le enseñaron el hoyo de la sepultura y la orden de matarlo), dijo: – ¡Ese canalla de Gaspar! Le entregó sus armas y alhajas a un joven teniente, Ulises Heureaux –Lilís– (futuro dictador), para que se las llevase a su mujer.

    Examinó el hoyo donde lo iban a sepultar y protestó que era demasiado bajito y estrecho. Pagó a unos campesinos para que lo agrandaran. Entonces entró al monte, cortó un palito, se midió el cuerpo con él, marcó muy bien la medida y se lo entregó a uno de los hombres, diciéndole: «Entréguele esa medida a Gaspar y dígale que digo yo que con esa misma medida lo medirán a él».

    Con el valor que le era usual, se colocó frente al pelotón de fusilamiento y pidió que apuntaran bien para no sufrir y morir con decoro. Él mismo dirigió el pelotón de fusilamiento, al tiempo que gritó: –¡Viva la República! Los datos sobre este relato están contenidos en la revista Clío, órgano de la Academia de Ciencias. Recoge testimonios de combatientes de la Guerra de Restauración y de familiares de estos. Figuran declaraciones de una hija de Salcedo, doña Leonor y de un hijo de Polanco, Manuel.

    Premonición

    Las palabras bíblicas del presidente Salcedo de que «con la misma vara te medirán…» fue un presagio: Polanco no duró ni tres meses en la Presidencia. Los mismos generales que intrigaron e indujeron a deponer a Pepillo de la Presidencia lo tumbaron, lo apresaron el 20 de enero de 1865. Decretaron pena de muerte, lo acusaron de asesinar a Pepillo de forma sumaria, sin que se le hicieran un juicio. Los intrigantes fueron Benito Monción, Pedro Antonio Pimentel y Federico García. El historiador Franklin Franco explica que esos mismos generales exigieron al general Gregorio Luperón que les entregara a Salcedo para fusilarlo. Luperón, de sentimientos más puros, llevó a Salcedo a la frontera para que se exiliara, pero el gobierno haitiano no aceptó. Philantrope, el general haitiano que los atendió, le mandó un mensaje secreto a Polanco diciéndole que el derrocado gobernante «no conviene ni vivo ni suelto».

    Criador de puercos

    A Gaspar lo sacaron de la Presidencia de forma humillante. Sus verdugos vociferaban: «Gaspar no es más que un criador de puercos: Es brutísimo y no debe ser presidente, abajo Gaspar». Se referían a que era analfabeto, firmaba los decretos con una cruz. Polanco se escapó de la cárcel y no figuró más en la Guerra de Restauración. Luperón escribió en sus memorias (Notas autobiográficas y apuntes históricos) que el fusilamiento de Salcedo fue un error que ensombreció los méritos de Polanco.

    Contrario a la mayoría de los historiadores, el profesor Juan Bosch afirma que el gran héroe y jefe militar de esta guerra no es Luperón ni Salcedo, sino Gaspar. Cree que tiene mayores méritos que Monción, cuyo nombre se le ha puesto a un municipio, plazas y calles. Para el 118 aniversario de la Guerra Restauradora, 1981, Bosch escribió un artículo en el Listín Diario titulado: «Gaspar Polanco, el gran jefe restaurador». Piensa que sin la presencia de ese general en la revolución en los primeros 21 días el ejército español derrota a los republicanos. «De origen campesino, nació en el paraje Corral Viejo, Guayubín, nunca había aprendido a escribir ni su nombre, pero tenía las más extraordinarias condiciones de jefe de armas que hasta el año 1863 se habían reunido en un dominicano», sostiene. Opina que tiene estatura de patriota y debe estar en el Panteón Nacional junto con sus compañeros restauradores. «Salvo el caso de Pedro María Archambault, los historiadores de esa guerra no alcanzaron a darse cuenta del papel de Polanco. Además, por razones de clase, Gaspar aparece disminuido ante el juicio de las generaciones posteriores porque no se le perdona el fusilamiento de Pepillo, que en el orden clasista ocupaba un lugar muy elevado», dijo el ex presidente.

    Y continúa diciendo: «Gaspar no tiene estatua, pero pocas veces ha visto América la capacidad de decisión, el coraje sin freno, la voluntad de la victoria que se reunieron en ese extraordinario analfabeto de Guayubín». Expresó que por cuestión de racismo no se perdona que un negro como Gaspar Polanco haya asesinado a Salcedo, que era blanco, ojos azules y de origen español, además de que pertenecía a la élite del Cibao.