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    La primera espada de la Restauración

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    La primera hazaña de José Antonio (Pepillo) Salcedo lo inmortalizó como primera espada de la Restauración y primer presidente de la Segunda República, pero desencadenó los sucesos que lo llevaron a prisión y a su fusilamiento.

    Años después de aquel sin igual combate, el agricultor Gil Almonte rememoraba la osadía con que él y sus compañeros, comandados por Salcedo, un veterano de la Guerra de Independencia, pelearon con los españoles.

    Según testimonios de combatientes que recoge la Academia Dominicana de Historia, Gil comenzó a servir a Pepillo cuando Salcedo, con su fama de buen jefe de tropas, salió de Dajabón para Santiago de los Caballeros a encontrarse con el general Gaspar Polanco.

    «A su paso por mi casa en Quinigua me mandó a llamar –narró Gil–. Yo era un jovencito, pero como era de una familia de soldados de la patria tuve mucho gusto en coger la carabina para restablecer nuestra Bandera que Pedro Santana la traicionó anexándola a España».

    Partieron para Santiago. Al llegar a Gurabito chocaron con una guerrilla volante que los españoles ubicaron al Oeste del pueblo, aunque los dominicanos ya estaban en «El Arenazo», cerca de «Los Framboyanes», a la entrada de Santiago. El choque permitió reunirse con el cantón de Gaspar Polanco en la madrugada.

    Al amanecer preguntó Salcedo, al ser un gran estratega militar, que por qué estaban los españoles en el Castillo de Santiago. «¿No ven ustedes que mientras los españoles estén ahí, no podemos movernos a ningún lado?».

    Esta pregunta hirió el amor propio de Gaspar Polanco, que furioso contestó:

    – Bueno, si usted se atreve, desalójelos usted de ahí.

    Pepillo aceptó el reto y contestó: –deme treinta hombres de tropas frescas y gente de arma blanca. Pronto aparecieron los hombres.

    Como a las ocho de la mañana, haciendo un rodeo para no ser divisados por los españoles se metieron en un maizal pegado a la avanzada española.

    Salcedo ordenó acercarse lo más posible para el asalto sorpresa al arma blanca. Cuando el centinela español gritó: -«¡fuego, estamos rodeados!» los restauradores estaban a 200 varas de distancia.

    Llevaban pocas municiones: cuatro o seis tiros cada uno. Avanzando siempre y aguantando las furiosas lluvias de balas de la soldadesca española para acercarse precipitados por el ejemplo de Pepillo, que iba a la vanguardia.

    Listos para la sangrienta lucha cuerpo a cuerpo, llegaron hasta la trinchera española, que al ver la osadía se metieron en compás de guerra. «Aquel gallo de calidad, pequeño de estatura y gigante en el combate mirándonos nos gritó: Muchachos al machete ¡Carajo! ¡Viva la República! Y dio el ejemplo rajándole de un «jirbán» la cabeza al centinela», narró Gil.

    Desde ese momento los españoles se turbaron, aunque era una tropa bien armada con el triple de soldados que los nacionalistas.

    El botín fue grande. Despavoridos, los españoles huyeron en desbandada para salvar sus vidas.

    A los heridos los revolucionarios los querían fusilar, pero Pepillo se opuso, no permitía que maltrataran a ningún prisionero ni que mataran a nadie fuera de combate.

    Pero una secreta envidia ahogó el corazón del sanguinario Gaspar Polanco, que entre los jefes grandes fue el único que no felicitó al héroe, que así tan fácil acorraló a los españoles en el Castillo de Santiago, dando a la revolución un giro progresivo.

    Gaspar tumbó a Pepillo de la Presidencia y ordenó su fusilamiento secretamente para evitar que el Ejército, que lo idolatraba, se rebelara. Polanco asumió la presidencia de la Segunda República.

    Fuente: Este relato fue estructurado en base a datos obtenidos de la revista Clío, órgano de difusión de la Academia Dominicana de Historia, en su número 145 de 1988. Esta recoge unas investigaciones que entre los años de 1923 y 1928 realizó una comisión de la Sociedad Literaria «Amante de la Luz» que entrevistó a ex combatientes de la Guerra y a familiares de los héroes de esta epopeya. Entre los entrevistados estuvo una hija de Pepillo Salcedo, doña Leonor Salcedo.

    Otra fuente consultada fue la obra «Anexión y Guerra de Santo Domingo, tomo II», autoría del general José de la Gándara Navarro. Fue el último capitán general, gobernador y general en jefe del derrotado Ejército Español desde el 31 marzo de 1864 al 11 de julio de 1865.